Hay más en la mayoría de los regalos de lo que parece. Pero todo se trata de la gratitud.
Una toalla, una obra de arte, un billete de un dólar arrugado. Cuando pienso en lo que es realmente importante en esta temporada de donar, estos regalos me dan una pausa.
‘Recuérdenos’
El primer regalo del que me gustaría hablar es una toalla blanca. Si somos honestos, este no es el regalo más emocionante. Cuando tenemos un cumpleaños, ¡no abrimos una caja esperando que adentro haya un toalla blanca! Pero este fue un regalo tan especial para mí.
En todo el mundo, la inmigración es una lucha. En nuestras misiones de Glenmary, esta lucha tiene un rostro humano.
La gente de la que estoy hablando están aquí con visas de trabajadores inmigrantes. En el este de Carolina del Norte, estas personas trabajan por seis meses en una planta de carne de cangrejo cerca del Lago Mattamuskeet. Ellos viven hacinados en remolques miserables, con
aire acondicionado deficiente. Hay insectos pululando por todos lados, y durante los seis meses que ellos permanecen aquí, están lejos de sus familias.
En la misión les traíamos comida, agua, ropa, insecticida contra las cucarachas y celebrábamos los sacramentos con ellos. Nuestro santuario era una cochera al aire libre, rodeada de gallos, perros y abejas.
El piso estaba sucio, con botellas de vidrio rotas. Pero este era nuestro santuario y la gente se regocijaba al recibir la Eucaristía.
La última vez que estuve allí abrí las Oraciones de los Fieles a todo aquel que se sintiera movido a compartir. La matriarca de la comunidad dijo, en español: “Estoy muy agradecida con Glenmary, muy agradecida de que esté aquí y que podamos experimentar a Jesús en la Misa”. Luego, comenzó a llorar.
La separación de su familia fue demasiado.
Una persona tras otra habló y las oraciones de los fieles duraron 20 minutos. No sabía cómo concluir, así que en lugar de ofrecer una oración final, los reuní a todos y nos abrazamos.
Después de la Misa, la matriarca que inició las oraciones se acercó a mí y me dijo: “Padre, estoy realmente avergonzada. No tengo nada para darle, pero queremos que nos recuerde. Lo que tenemos es esta toalla blanca. Acéptela como un regalo”.
Fuego de fe
En el este de Carolina del Norte, vi que transmitir la fe a la generación más joven fue un desafío. Teníamos jóvenes en las misiones y quería que supieran que también podrían ser líderes en la fe.
Pensé: “¿Por qué no crear un montón de servidores?” ¡Pero pronto aprendí que era más fácil decirlo que hacerlo! Después de semanas de poco interés, finalmente logré avanzar cuando le mencioné a un par de chicas en la misión, “¡Podrán usar fuego!” Por alguna razón, esto fue lo que las atrajo a servir. Así conseguí a dos.
Algo grandioso de los jóvenes es que ellos observan. Los otros jóvenes vieron que estas dos chicas podían hacer lo que estaban haciendo, y se veía divertido y emocionante, especialmente usar el incienso. Con el tiempo, tuvimos una docena servidores.
El ultimo fin de semana en mi misión, una familia se me acercó y me regaló una hermosa imagen. Era un gran bordado de un cáliz con la Eucaristía.
La familia me dijo: “Padre, no tiene idea de cuán difícil ha sido para nosotros ser padres que intentan criar a sus hijos en la fe. Cada domingo por la mañana era como sacarles los dientes solo para levantarlos de la cama. Ellos eran típicos adolescentes.
“Ahora, nuestros hijos nos despiertan el domingo por la mañana. Ellos ¡se aseguran de que lleguemos temprano! Nuestros hijos se aseguran de que no nos perdamos la misa. Padre, nos has dado el don de la fe”. Ningún regalo podría expresar eso de mejor manera.
Roles invertidos
Las misiones de Glenmary son diversas. Una parroquia misionera podría tiene 50 personas en las zonas rurales de Estados Unidos, pero a veces hay representadas de 10 a 15 culturas. Una cultura representada en Carolina del Norte era un grupo maravilloso de filipinos.
Cada mes de enero celebraban Sinulog, una celebración de cuando el cristianismo llegó a Filipinas hace 500 años. La celebración atrae a gente de todo Estados Unidos.
Mi trabajo consistía en ir por la ciudad a los negocios y pedirle a la gente que donara regalos para que pudiéramos rifarlos y costear la celebración, pero también para financiar nuestra misión.
Aprendí que es difícil tener que mendigar. En general, la gente era muy generosa, pero a veces la labor no fructificaba. Era agotador.
Había llegado al final de un día agotador de estos. Salía del estacionamiento de una tienda y vi venir a un hombre. Yo lo conocía. Era alguien del pueblo, una persona medio sin hogar que a menudo mendigaba.
Ese día, yo simplemente no tenía la paciencia. Yo sabía que debía ser caritativo, pero no pude encontrar la caridad en mi corazón. Cuando se acercó, contó su misma historia. La había oído un millón de veces y sé que existe la posibilidad de que no sea cierta. Entonces, le dije: “Lo siento. No puedo ayudarte”.
No era verdad. Podría haberlo ayudado. Pero no paré allí. Le dije: “En realidad, estoy pidiéndole a las personas que ayuden a nuestra iglesia porque necesitamos dinero”. Y me fui.
Al día siguiente volví a la tienda y al salir, el hombre me encontró. Estaba preparado para rechazarlo otra vez. Luego, él extiende su mano, sosteniendo un arrugado billete de un dólar. Y dice: “Padre, quiero donar a su Iglesia.”
Mientras celebramos la Navidad y esperamos la llegada de los magos y sus dones, que Cristo nos conceda claridad de visión para conocer el verdadero valor de los dones que hemos recibido.