Nuestro humilde padre Leo

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Nuestro humilde padre Leo

Él nunca se quejó.
EN MEMORIA / PADRE NEIL PEZZULO

El padre Leo perteneció a una generación que se conoce como “La generación más grande”. Existe mucha verdad en eso. Yo fui educado por padres de esa generación  creo que lo que hizo grande a toda esa generación no fueron sus logros, su valentía o su habilidad para asumir los desafíos; más bien, fue su madurez silenciosa ante todo. En pocas palabras, se ocuparon de sus asuntos sin hacer quejarse.

Cuando el padre Leo era joven, estuvo en un barco de guerra que fue bombardeado por torpedos. En lo que considero se convertirá en una frase icónica en la historia de Glenmary, él describió esa noche de una manera simple.

“Esta experiencia hace que los compañeros realicen un balance en sus vidas, piensen algunas cosas y decidan qué es importante”, dijo. Honestamente, creo que él minimizó la experiencia, lo que era común para su generación. Él no se quejó.

Dado que el padre Leo y yo venimos de generaciones diferentes así como de diferentes experiencias misioneras, no sabíamos mucho uno del otro hasta una noche de verano en 2004.

Yo, recientemente había llegado como párroco a Waldron, Arkansas, y el padre Leo estaba de paso por ahí. Él iba a pasar la noche ahí, y a la mañana siguiente continuaría su camino. Aunque yo tenía otros planes, me quedé en casa y platicamos.

Él me contó sus historias acerca de cómo creció en Cincinnati y sus aventuras con su hermano Paul. Él tenía historias acerca de Glenmary y sus miembros, las cuales yo nunca había escuchado. Mientras estaba trabajando en Arkansas, no tenía idea que él fuera el sacerdote de Glenmary que por primera vez estuvo en esta área y “abrió” el territorio para nosotros.

Mientras, el padre Leo estaba en Texas y Oklahoma, abriendo nuevos territorios y estableciendo comunidades católicas, también se tomaba el tiempo para ayudar a otros. Si un compañero de Glenmary se encontraba pasando por momentos difíciles, el padre Leo era la persona que estaba ahí para ayudarlos, que caminaba con ellos y les ayudaba a recuperar la salud necesaria para poder ser el mejor misionero que ellos pudieran ser. Una vez más, nunca lo sabrían sin preguntarle.

Hace unos meses, mientras platicaba con un sacerdote quien estudió con el padre Leo, cuando el padre Leo era el Prefecto de Educación de Glenmary. Este sacerdote tenía, en sus propias palabras, tocó fondo durante su formación. Una tarde el padre Leo se sentó con él y lo escuchó. Él,  no ofreció consejo o dirección. Simplemente escuchó y lo apoyó. Cuando la conversación se terminó, era evidente que este compañero estaba siendo llamado a una vida diferente a la que tenía en mente. Al día de hoy, aún se encuentra agradecido por aquella tarde. Esa noche la dirección de su vida cambió. Nadie supo.

La historia del padre Leo es una que puede llenar muchas páginas por sí misma. Fue el párroco fundador de varias misiones, él fue el pionero de Glenmary en el esfuerzo para establecer misiones en Colombia y es recordado cariñosamente por muchas personas.

Cada uno de nosotros que recordamos al padre Leo, tiene una historia que contar acerca de él y yo estoy muy contento de compartir la mía con ustedes aquí. Es un recuerdo que valoro.

No hay duda en mi mente que en cualquier día de sus 67 años en su ministerio misionero, él fue la cara de Cristo, un camino de vida a Jesús, una fuerza sólida en las vidas de las personas a las que sirvió.

Él fue un hermano, un amigo y un servidor de Dios. Él fue un sacerdote y un miembro de la generación más grande. Él y su generación fueron grandes no por sus resultados, sino porque lo que lograron lo hicieron con humildad.

La vida del padre Leo consistió, simplemente, en ser un misionero de Glenmary y no quejarse.